RELATO DE ENCARNA LÓPEZ NAVARRO, PUBLICADO EN DIARIO 16 Y EDITADO EN UN LIBRO DE RELATOS "RELATOS DE VERANO PARA LEER EN INVIERNO" DE LA EDITORIAL: HAZ MILAGROS EDICIONES M.
EL LIBRO SE PRESENTARÁ EN MADRID EL DÍA 12 DE DICIEMBRE EN EL CANOE.
Era un
piano. Fue madera, metal, marfil.
Finalmente fue un piano.
El
artesano soñó cuando sus manos lo diseñaron.
Pasó
horas, días en su taller que se convirtieron en meses, ensamblando aquellos
nobles materiales, amaba su obra y se reflejaba amorosamente en ella.
Cuando
tras la muñequilla en el piano brilló, suspiró feliz.
Días
después sintió pena al verlo partir cubierto con un lienzo blanco, pensó que
era ley de vida, sería feliz sonando que era para lo que había sido creado.
El
comerciante que lo compró lo puso a la venta en el escaparate de su tienda, un
conocido comercio junto a la Catedral.
Durante
días muchas personas preguntaron por el instrumento. Para la mayoría,
estudiantes, principiantes, era demasiado caro, otros lo admiraban aun sabiendo
que jamás sería suyo.
Una
mañana el sol iluminó la Catedral, también al piano.
Estaba
perfecto, un ramo de rosas sobre él realzaba aún más su belleza.
Un
hombre ante el escaparate lo admiró, siempre había querido poseer algo así.
Todos sus amigos le envidiarían. Y entró a la tienda.
Era
alto, fuerte y de aspecto agradable, impecable dentro de su traje gris. Gastó bromas con el comerciante a propósito
del precio del instrumento, que hicieron reir a las dependientas.
El
piano se ilusionó, por fin sus deseos se verían cumplidos.
Haría
escuchar a aquel hombre la más maravillosa música al contacto con sus manos.
Con
mucho cuidado y bajo la mirada supervisora de su dueño lo subieron otra vez a
una furgoneta.
Su
entrada en la casa fue triunfal. Lo colocaron en el mejor sitio del salón,
junto al ventanal desde donde se disfrutaba de la vista del jardín y lejos del
excesivo calor de la chimenea.
La
primera noche el piano lo vio acercarse feliz, pero cuando sintió que aporreaba
sus teclas comprendió que no sabía tocar y lloró de desilusión.
Aunque
un piano no llora.
Él no
necesitaba que el piano sonara, era feliz al poseerlo y que todos supieran que
era suyo.
Esperó,
estaba acostumbrado a esperar, pensó que él aprendería, que distinguiría su
sonido del de la zambomba que tocaba en Navidad.
Noche
tras noche lo veía pasar por el vestíbulo hacia el dormitorio sin acordarse de
él. Por la mañana entraba en el salón, tras el desayuno se sentía de buen
humor, entonces reparaba en el piano, pasaba su mano por la maravillosa madera
mientras comentaba: -eres realmente hermoso –y se marchaba.
El
piano comenzó a languidecer, sus esperanzas, sus ilusiones no se cumplían.
Estaba
hecho para vibrar, para que le escucharan, permanecer en silencio iba contra el
destino para el que se había creado.
Un
hermoso día el sol iluminó el jardín, también el piano. Por la tarde él se le
acercó decidido mostrándolo a una figura desconocida que le acompañaba:
-Mira que piano tengo. Me costó… bueno
demasiado, pero es una joya.
-Es hermoso- Respondió el otro hombre.
-En realidad para mí es un adorno, no se tocar.
-¿Puedo?
-Claro, toca, toca.
El
segundo hombre era delgado con manos de dedos largos y suaves. Despacio se sentó en el taburete y abrió el
teclado. Suavemente pasó por él sus dedos. El piano se estremeció, pero él se
levantó enseguida. Le escuchó comentar mientras caminaba hacia la puerta:
-Otro día lo tocaré, se me hace tarde, este
instrumento merece que le dedique más tiempo-.
Durante
semanas recordó con nostalgia las manos que lo acariciaron.
Por
entonces llegaron las Fiestas de Navidad, mucha gente se movía por el salón
comiendo y bebiendo. El anfitrión les mostraba el piano, pero lo suyo era la
zambomba que dominaba a la perfección, con ella no tenía que aprender, ni leer
música.
Pasadas
las vacaciones amaneció otro día maravilloso y con él llegó la figura deseada.
El gran
hombre a su lado le animaba:
-Aquí lo tienes. Es todo tuyo, te dejo solo-.
La
figura se hizo hombre, la habitación recibió todos los colores de la tarde
cuando él se sentó en el taburete. Muy despacio los largos dedos comenzaron a
tocar.
Surgieron
maravillosas notas, nació la música esperada, se reinventó la luz, el aire, el
mar y todos los sueños se cumplieron.
El
piano se sentía feliz.
Aunque
un piano no siente.
Entonces
apareció su dueño apremiando:
-Bueno, basta, no vas a estar sentando ahí toda
la tarde. Tomemos una copa-.
El
pianista obedeció resignado mientras preguntaba:
-¿Te ha gustado la música? ¿Escuchabas?-.
-Si. Algo escuché desde el jardín, pero ya
sabes que no entiendo de esto-. Contestó.
Durante
unos días se hizo el silencio sólo interrumpido por las palabras de aquella
mujer del plumero que repetía entre dientes:
-¡Vaya trasto! A quién se le ocurre comprar
esto. No sirve más que para acumular polvo-.
Por la
tarde volvió a escuchar la voz del pianista:
-Tengo una hora libre y me gustaría tocar su
piano-.
A
partir de entonces todas las tardes el piano esperaba aquella hora. Se fundían las
manos y las teclas en una comunión indescriptible.
Existir
tenía sentido.
Pero la
felicidad no dura siempre. Aquel día no salió el sol y la tarde se hizo noche
de repente al escuchar la voz del pianista:
-He venido a despedirme. Me trasladan a otra
ciudad. Lo siento por el piano, es un piano muy especial-.
-Le echaremos de menos, pero no se preocupe, en
todas partes hay pianos, donde vaya encontrará otro-. Le animó su dueño.
-No. No como este-. Respondió el hombre delgado
alejándose-
El
piano hubiera querido expresar su miedo a la soledad y al silencio.
Pero
un piano no habla.
¿O si habla?
A su
manera el piano habló.
Durante
toda la noche su música se escuchaba por toda la casa. El piano sonaba sin que
nadie lo tocara.
Su
dueño se asustó muchísimo. Solicitó en el Conservatorio de la dirección del
profesor de música y le envío el instrumento como regalo.
Desde
entonces muchos pianos emiten música solos y sus dueños asustados no saben qué
hacer con ellos.
Jamás
dejarán de sonar. No morirán en silencio.
1 comentario:
Magnífico...!
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